La vejez como estadio
vital: una construcción social.
Uno de los hechos
más significativos en la evolución del pensamiento sobre
la vejez es que se ha constituido en una etapa vital. Siempre se ha hablado
de jóvenes y de viejos y la vida humana es un continuo, mas ahora
la etapa vital llamada vejez se configura con caracteres especiales.
Es, por de pronto, determinación biológica. Y aunque puede
discutirse cuando empieza en realidad, hay marcas y señales que
permiten identificarla. El discurso profano y el discurso científico
indican que la vejez es una etapa de menoscabo y pérdida. Tanto
en el plano de lo visible como en el de los rendimientos, el cuerpo biológico
deja de ser lo que era. Se transforma en sentido negativo.
Debe señalarse sin embargo la diferencia entre el cuerpo propio
y el cuerpo visto por otros. No es infrecuente, en personas sanas que
envejecen, encontrar que el yo carece de edad. Es, como se dice en inglés,
un "ageless self", que el espejo devuelve transformado e irreconocible
y que los demás perciben diferente del sujeto. A veces ocurre el
fenómeno inverso. El poseedor del cuerpo lo siente pesado, achacoso
y vulnerable y esa percepción no es compartida por quienes le rodean.
Parece como si las antinomias y las discrepancias se acentuaran.
Está demostrado que no todo el organismo envejece al mismo ritmo.
Cada sistema orgánico tiene el suyo propio, a menudo influido por
factores genéticos. Dentro del sistema nervioso central, los procesos
degenerativos no son uniformes (Dichgans & Schulz, 1999). Este factor
debe tenerse en cuenta al hacer afirmaciones sobre el envejecimiento.
La heterogeneidad, que es de regla en el comportamiento, se encuentra
también en el substrato biológico de la conducta y la vivencia.
Crucialmente, la vejez es etapa biográfica. Señalada por
ciertos atributos exteriores, de acuerdo al reloj social de cada comunidad
tiene asignados deberes y derechos. Internamente, es etapa marcada más
por lo que se es que por lo que se hace. No es infrecuente encontrar personas
afectadas por la opinión que de ellas tienen los otros, mantenida
a lo largo de años, que contrasta con la opinión propia.
Sentido y significado
de la vejez y del envejecimiento.
Esta dualidad entre
la consideración externa y la interna es crucial para entender
algunos problemas psicológicos asociados a esta etapa de la vida.
El sentido que dan los demás a una vida contrasta a veces agudamente
con el significado que a sí mismas se dan las personas. El sentido
social, por ejemplo, está asociado a una ética del trabajo.
Hacer es más importante que ser y es la base de la categorización
usual entre adultos. Constituye la primera pregunta después del
nombre y el estado civil. El significado personal, en cambio, es una construcción
individual de identidad. Y así como hay una discrepancia entre
el cuerpo percibido por las propias personas y el mismo cuerpo percibido
por otros, así también la imagen interna difiere al ser
construída por el sujeto o por el grupo al cual pertenece. Sentido
y significado de la vejez raramente coinciden. Armonizarlos o al menos
aceptar sus diferencias es una tarea vital. Se relaciona con el principio
de realidad que cada persona experimenta durante el proceso de maduración.
La diferencia reside en que la etapa de la vejez se asocia a irreversibilidad
e imposibilidad de cambio.
El proceso de desvalimiento u obsolescencia (disablement process) que
se observa en las sociedades contemporáneas puede equipararse a
una forma de desvalorizar lo que las personas de edad pueden hacer. La
vejez va asociada a una pérdida de aprecio, que es como decir una
pérdida de precio de los servicios de los viejos. Esa pérdida
de precio se transforma insensiblemente en pérdida de valor. Ya
hemos observado el contraste entre el sentido externo y el significado
interno, lo que permite dar un contexto apropiado a la noción de
"muerte social", tan reveladora de él. Mueren socialmente
personas que siguen biológicamente vivas: los leprosos, los sidosos,
los estigmatizados sociales. Aunque reclamen derechos, aunque deseen continuar
en la vida y contribuir a la sociedad, ésta los declara excluídos.
En algunas tribus primitivas y en no pocas sociedades modernas, quienes
sufren exclusión y estigma efectivamente enferman, decaen y hasta
mueren. Muchos ancianos experimentan los efectos de ese proceso de pérdida
de precio/valor y con la edad se produce de manera más dolorosa
porque es gradual y plenamente sentido por quienes lo padecen. Se destruyen
los lazos significantes y significativos de a poco. Tal vez por eso la
cultura moderna celebra la muerte súbita como preferible a los
antiguos rituales de despedida, ahora tabuizados.
La identidad de
las personas que envejecen.
La proximidad e inminencia
de la muerte cualifica en forma especial a la vejez. Siempre está
presente en la vida, pero en la vejez con mayor nitidez y proximidad.
El deseo de morir aparece con cierta frecuencia. Sin embargo, como en
esta etapa de la vida los procesos depresivos son frecuentes, puede confundirse
el deseo de morir como elección libre con síntoma de un
estado patológico. Distinguir ambos estados no siempre es sencillo.
La importancia de delimitar y especificar lo que determina el comportamiento
a medida que progresa la senescencia reside en las implicaciones éticas.
Tanto la enfermedad como el progreso de la edad inducen dependencia, incapacidad
de hacer algo que antes se hacía. Restricción de la libertad,
en suma.
La libertad es el ámbito de la moral. Toda norma de comportamiento
carece de sentido si no hay libertad para aceptarla o rechazarla. O si
no hay libertad para entrar al diálogo que constituye la vida social.
Cuando se ha perdido, la propia identidad como agente moral o como persona
autónoma se resiente o pierde.
La otra fuente de la propia identidad deriva también del contacto
con otros. La noción de "sí mismo" (self) es pertinente.
El self no es yo simple, aislado de contacto, sino el yo reflejado en
las opiniones de los demás. Con lo que el contacto social aporta
se construye el self. En él se recogen muchas facetas. Se es siempre
alguien para otro con alguna cualificación especial: hijo de un
padre, hermano de un hermano, discípulo de un maestro. Se vive
en una malla de relaciones, cuyo producto final contribuye a la identidad.
El self no es toda la identidad pero un componente muy decisivo.
La construcción del sí mismo y la identidad tiene en la
vejez contemporánea caracteres especiales. En ninguna otra etapa
histórica la convivencia de las generaciones ha sido más
polarizada que en ésta. Personas muy jóvenes conviven y
convivirán con personas muy viejas. Lo que ello significará
para la construcción de las identidades de unas y otras debiera
ser materia de análisis y reflexión. Nuevas formas de relación
deberán elaborarse, pues las nociones de solidaridad, necesidad,
retribución, entre otras, no son suficientes cuando se trata de
elaborar relaciones, diseñar sistemas sociales de apoyo o planear
el retiro de la vida laboral activa.
Como la identidad se devela en el contacto, la relación y el diálogo
es importante observar que, por ejemplo, ser proveedor de bienes y servicios
no suele asociarse con la idea del hombre viejo. En los países
desarrollados se ha generado una identidad accesoria para los ancianos
y ancianas: ser "consumidor". Son personas que pueden, si tienen
dinero, comprar tiempo libre, gozar bienes, adquirir propiedades.
En algunas sociedades, la identidad de los viejos está fundada
en ser reservorio de la memoria ancestral o repositorio de sabiduría.
Tal identidad tradicional ha quedado relegada a un segundo plano con la
invención de las formas objetivas y concretas de memoria, el libro
primero, el computador después. Las experiencias de un grupo de
ancianos en tanto cohorte etaria en el curso de sus vidas, lejos de constituir
ventaja, son negativas. La generación que vivió las guerras
tiene experiencias no solamente desconocidas para quienes no las tuvieron.
Producen además rechazo o desprecio. La irrepetibilidad de los
sucesos históricos que cada generación vive hace fácil
entender la idea de obsolescencia de lo que los viejos cuentan de su conocimiento
de la vida. Se les reconoce la experiencia, pero puede ser experiencia
irrelevante. La identidad como memoria colectiva ha perdido vigencia y
sería vano intentar recuperarla.
La memoria no es lo mismo que el recuerdo. En otros contextos, hemos hecho
alusión a esta distinción, crucial para entender misteriosos
aspectos de la vida en la tercera edad. La memoria es la facultad de reconstruir.
El recuerdo es el arte de revivir (Lolas, 2000). Olvidados los pormenores,
queda la atmósfera. Desaparecidos los detalles, persiste la tonalidad.
Las personas en la edad avanzada, aunque carecieren de informaciones vigentes
o fueran irrelevantes, mantienen vivos los recuerdos. Y los recuerdos
los mantienen vivos a ellos.
Socialmente es bueno reflexionar en la identidad de votante o elector.
Muchas democracias modernas no serían lo que son si impidieran
votar o participar en la vida civil a los ciudadanos pasada cierta edad.
Es anticipable que la proporción de electores de edad avanzada
crecerá en los próximos años, lo que sin duda incidirá
en la forma y el fondo de las campañas políticas, en los
temas de la preocupación ciudadana y en el tipo de políticas
que se adoptarán.
Obligaciones hacia
los ancianos
La idea de que los
más jóvenes tienen obligaciones para con los viejos es muy
antigua. Está implícita en la idea misma de familia como
engranaje de generaciones.
Cuando se la examina con mayor detención, sin embargo, se revela
insuficiente e incorrecta. La tesis de una obligación contractual
de hijos hacia padres, por ejemplo, es insostenible. No puede haber contrato
allí donde no hubo intención de contraer vínculo.
Es el caso de los hijos, que nacieron sin poder oponerse a ello y sin
dar expresa manifestación de voluntad. La idea de contrato como
fundamento de obligación no es útil.
La noción de necesidad también ha sido invocada. Tiene límites
relativamente obvios y diferencias muy marcadas según las personas.
La compasión no puede fundar obligaciones. A lo sumo, una tendencia
a ayudar.
La idea de solidaridad puede descomponerse al menos en dos aspectos. La
solidaridad vertical, de todo el cuerpo social hacia sus superiores y
gobernantes y la horizontal, de sus miembros entre sí. En la primera
forma, se debiera apoyar a los viejos para que sean ciudadanos cabales.
En la segunda, se los debiera ayudar para que entren al diálogo
intergeneracional.
En el diseño de políticas para la vejez y el envejecimiento
saludables, cualquier disquisición sobre la relación intergeneracional
y sus fundamentos exige hoy una sofisticación conceptual inédita.
No basta con la admonición amistosa o la indicación pontificante.
Las demandas que el envejecimiento poblacional impone a las sociedades
no son evitables ni subsanables con meras declaraciones. Se trata de distribución
de recursos y del bienestar global de la comunidad.
Sobre las expectativas
La ética de
la calidad de vida en la vejez debe fundarse y fundamentarse sobre expectativas
sobrias, modestas y realizables. Hay que respetar la subjetividad que
supone, los múltiples aspectos que deben considerarse, la complejidad
de los planos, la extrema variabilidad entre las personas y el hecho de
que ellas cambian a lo largo de los años. Lo que a los planificadores
y terapeutas puede parecer evidente, o lo que algunos consideren esencial,
si no contempla la opinión de los propios ancianos y su esperable
mutación con la marcha de la edad, se hace impracticable o inútil.
En la medicalización de la vida que actualmente se impone como
la metáfora esencial de los sistemas de ayuda, es importante legitimar
las decisiones tomando en consideración la opinión de todos
los involucrados (Lolas, 1997). De hecho, el diálogo es la herramienta
más importante que el discurso bioético ha venido a aportar
a las sociedades modernas. Si bien la medicina es una metáfora
social básica, las formas de ayuda y de inserción social
deben incorporar una sensibilidad especial hacia las relaciones de poder,
los contextos en que se interpretan las relaciones humanas y factores
culturales que inciden en el trato otorgado a las personas de edad avanzada.
Referencias
Dichgans, J. &
Schulz, J.B. Altern in Teilen ? Systemalterungen des Nervensystems. Nervenarzt
70: 1072-1081, 1999.
Lolas, F. Dimensiones
bioéticas del cuidado médico en el anciano. Revista Médica
de Chile (Santiago) 125:1024-1026, 1997.
Lolas, F. Bioética
y antropología médica. Editorial Mediterráneo, Santiago
de Chile, 2000.
-
|